lunes, 26 de abril de 2010

los devoran los de afuera


Se me complica disimular que no me gusta. Es que lo quiero por costumbre, porque me cuida, porque es como un hermano...
Yo tenía casi veinte cuando me entregué a sus brazos. No podía pensar en otra cosa. No lograba concentrarme en la facultad, ni al preparar finales, ni quería salir con mis amigas. No había mejor plan que estar atenta al teléfono esperando que me llame.
Él militaba en en partido obrero y participaba en las asambleas casi permanentes que reivindicaban derechos.
Además era músico y tocaba en cada festival solidario al que lo invitaban.
El micrófono le permitía, en las asambleas o en el escenario, sentirse como un referente de la ética colectiva.
Imposible no amarlo.
Y así dejé de recordarme, de mirarme en el espejo, de estudiar convencida, de escuchar a mis amigas.
Andaba de su mano, como un objeto que a él lo completaba, algo así como un morral, una mochila, la guitarra.Caminaba a su lado con velocidad y me sentía admirada por el mundo, algo así como los muñequitos de las tortas de bodas.
Y me enseñó a discutir, a pensar, a escuchar música, a elegir, a comprar libros, a entablar relaciones...
Y, de manera ilusoria...fuimos uno. Medias naranjas, el uno para el otro.

Ayer me rozó el antebrazo el vecino del noveno.
Me sacudió con urgencia contra las rejas viejas del ascensor. Me llevó a su depto, preguntándome qué quería hacer...y no pude contestar.
Me arrojé en el sillón y a carcajadas abiertas le contesté que en este momento...no me importaba nada.
Y sin dudarlo me trepé a su cuerpo siendo atrevida.

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