jueves, 18 de febrero de 2010

te la presto



-Prestáme tu vida-, rogó cayendo de rodillas y desestabilizandome al manotear bruscamente el ruedo de mi vestido.
Prestar mi vida es algo que nunca se me hubiera ocurrido, pero mucho menos que alguien me la pida. Y, peor aún, que me la pida Dina.
Tan hermosa. Tan certera en sus elecciones, tan amable en su sentido etimológico.
Cuando Dina camina voltean ellos, pero no los taxistas, los banderitas...voltean todos, los imaginables y los inimaginables.
Si Dina va a probarse un vestido se conmueve la galería entera, y siempre sale con varias bolsas y cajas porque todo le queda bien.
Conoce el mundo y te puede recomendar agencias de viajes, agentes, hoteles, circuitos.
Para las fechas importantes recibe regalos de propagandas y todos son como hechos para ella.
Sus fines de semana se debaten entre familiares preciosos, autos sabrosos, niños dorados, casas enormes, lugares increíbles, marido exitoso, sol, piscina y sistemas de seguridad.
Pero es cierto...nunca la oí cantar.
La música es el lugar a donde si uno entra ya no hay miedo, es el sitio donde se puede volar, el imán que recoge intensos movimientos, es mi madre cantandome desafinando la misma nana, son mis amigos coreando un feliz cumpleaños, es ese tema con el que me retorcí en el beso, es el disco puesto en mi equipo que escuché tantas veces preparando exámenes, es el tango que hoy entiendo, la zamba que me confunde, el rock que me da fuerza, Bach que me entusiasma.
La música te acompaña en un quirófano, te dobla, te endereza, te levanta y eleva, te asfixia, te hace recordarlo a él, a ellos, al otro, te repliega y estimula. La música cicatriza heridas más rápido, te muestra el mejor lugar. Cantamos en guitarreadas con amigos, con nuestros hijos, cantamos al amar y al desamar, cuando sentimos miedo, al temblar, al bailar, despacio, fuerte, afinando, a los gritos, impostando, jugando.
No es que me guste la música...la música es.
- Prestáme tu vida- repitió.
Y le regalé esta canción.

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